Educar para el futuro
4/03/2011
Hace tiempo que creo que muchos de nuestros líderes educativos han impulsado reformas en nuestros sistemas educativos pensando en una lógica de "mejoras" a un sistema diseñado hace siglos, sin preguntarse si éste sigue siendo una respuesta adecuada a las necesidades del siglo XXI.
Con las mejores intenciones nuestros reformadores se han enfocado en "parchar" el sistema educativo, para que vuelva a entregar el nivel de calidad que supuestamente alguna vez tuvo. Pero no se trata del sistema (los directivos, los profesores, el tiempo escolar, los computadores, los libros), sino de la educación. De volver a hacerse la pregunta fundamental: ¿Para qué mundo estamos preparando a los estudiantes de hoy?
La educación debiera ser siempre una apuesta por el futuro. Prácticamente todos los ámbitos de la sociedad han cambiado dramáticamente en los últimos treinta años, impulsados por las tecnologías y otros factores. De esto todos nos damos cuenta.
Recuerdo que de niño a adolescente, cada uno de mis controles médicos fueron hechos por el doctor Patricio Middleton. En su consulta o en mi casa, casi sin diferencias entre cada cita, apenas se apoyaba en un termómetro, un martillito en mis rodillas y una luz para revisar mi garganta, ojos y oídos. Tres preguntas sobre los síntomas, y ya teníamos un diagnóstico y un tratamiento. Mal no lo hizo el doctor, si aún sigo aquí, vivo y sano. Pero no veo a nadie diciendo que debiéramos renunciar a los enormes cambios y avances que la tecnología ha ofrecido para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades.
Ser médico es radicalmente diferente hoy que hace treinta años. Ser ingeniero, abogado, periodista, diseñador y, casi cualquier profesión, también. Para qué mencionar las muchas actividades laborales que hace treinta años ni siquiera existían. Ser docente, en cambio, es más o menos lo mismo. Dramáticamente, ser estudiante tampoco es muy diferente.
Incluso experiencias aparentemente exitosas en sus resultados educativos, en algunas escuelas, fundaciones o municipios, lo son según las métricas del pasado. ¿O alguien de verdad cree que la educación termina en los resultados de PISA, TIMMS o cualquier test estandarizado?
Es más fácil echarles la culpa a los profesores, las universidades, la falta de recursos económicos, los padres, el contexto, que hacerse la pregunta de fondo. Me parece especialmente injusto el juicio global que se tiene sobre los docentes. Por supuesto que hay algunos que nunca debieron estudiar pedagogía ni llegar a una escuela, pero estoy seguro de que la mayoría intenta un trabajo heroico. He visto a tantos de ellos frustrados, atrapados en un sistema que los obliga a cumplir un currículo y una secuencia que ellos se dan cuenta que no funciona y, sin embargo, no pueden modificar sustancialmente.
¿Tiene sentido que en un contexto de tanta mayor diversidad, el sistema educativo siga agrupando a los estudiantes por el simple criterio de la edad? ¿Se explica seguir ofreciendo a todos ellos el mismo currículo, en la misma secuencia y con la misma metodología, sin considerar las características y los intereses de cada estudiante? ¿Vamos a seguir rankeando y castigando a las escuelas y los docentes por los resultados en test estandarizados de lenguaje y matemáticas, sin considerar otras variables que enriquezcan la calidad de la oferta educativa? ¿Vamos a seguir desgastándonos en la discusión sobre la institucionalidad de la educación en lugar de preguntarnos cuáles son las habilidades y las competencias que debieran estar desarrollando nuestros estudiantes, cómo medirlas y enseñarlas?
Como en la imperdible Fábula de los Cerdos Asados, es una pena que, enredados en corregir el pasado, no avancemos en crear el futuro.
Pensar de nuevo desde lo esencial, nos obligará a pensar una oferta educativa mucho más personalizada y flexible, centrada en el desarrollo de habilidades y competencias específicas (creatividad e innovación, pensamiento crítico, colaboración y comunicación, entre otras) y mucho más conectada con la sociedad en la que se encuentra.
Con las mejores intenciones nuestros reformadores se han enfocado en "parchar" el sistema educativo, para que vuelva a entregar el nivel de calidad que supuestamente alguna vez tuvo. Pero no se trata del sistema (los directivos, los profesores, el tiempo escolar, los computadores, los libros), sino de la educación. De volver a hacerse la pregunta fundamental: ¿Para qué mundo estamos preparando a los estudiantes de hoy?
La educación debiera ser siempre una apuesta por el futuro. Prácticamente todos los ámbitos de la sociedad han cambiado dramáticamente en los últimos treinta años, impulsados por las tecnologías y otros factores. De esto todos nos damos cuenta.
Recuerdo que de niño a adolescente, cada uno de mis controles médicos fueron hechos por el doctor Patricio Middleton. En su consulta o en mi casa, casi sin diferencias entre cada cita, apenas se apoyaba en un termómetro, un martillito en mis rodillas y una luz para revisar mi garganta, ojos y oídos. Tres preguntas sobre los síntomas, y ya teníamos un diagnóstico y un tratamiento. Mal no lo hizo el doctor, si aún sigo aquí, vivo y sano. Pero no veo a nadie diciendo que debiéramos renunciar a los enormes cambios y avances que la tecnología ha ofrecido para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades.
Ser médico es radicalmente diferente hoy que hace treinta años. Ser ingeniero, abogado, periodista, diseñador y, casi cualquier profesión, también. Para qué mencionar las muchas actividades laborales que hace treinta años ni siquiera existían. Ser docente, en cambio, es más o menos lo mismo. Dramáticamente, ser estudiante tampoco es muy diferente.
Incluso experiencias aparentemente exitosas en sus resultados educativos, en algunas escuelas, fundaciones o municipios, lo son según las métricas del pasado. ¿O alguien de verdad cree que la educación termina en los resultados de PISA, TIMMS o cualquier test estandarizado?
Es más fácil echarles la culpa a los profesores, las universidades, la falta de recursos económicos, los padres, el contexto, que hacerse la pregunta de fondo. Me parece especialmente injusto el juicio global que se tiene sobre los docentes. Por supuesto que hay algunos que nunca debieron estudiar pedagogía ni llegar a una escuela, pero estoy seguro de que la mayoría intenta un trabajo heroico. He visto a tantos de ellos frustrados, atrapados en un sistema que los obliga a cumplir un currículo y una secuencia que ellos se dan cuenta que no funciona y, sin embargo, no pueden modificar sustancialmente.
¿Tiene sentido que en un contexto de tanta mayor diversidad, el sistema educativo siga agrupando a los estudiantes por el simple criterio de la edad? ¿Se explica seguir ofreciendo a todos ellos el mismo currículo, en la misma secuencia y con la misma metodología, sin considerar las características y los intereses de cada estudiante? ¿Vamos a seguir rankeando y castigando a las escuelas y los docentes por los resultados en test estandarizados de lenguaje y matemáticas, sin considerar otras variables que enriquezcan la calidad de la oferta educativa? ¿Vamos a seguir desgastándonos en la discusión sobre la institucionalidad de la educación en lugar de preguntarnos cuáles son las habilidades y las competencias que debieran estar desarrollando nuestros estudiantes, cómo medirlas y enseñarlas?
Como en la imperdible Fábula de los Cerdos Asados, es una pena que, enredados en corregir el pasado, no avancemos en crear el futuro.
Pensar de nuevo desde lo esencial, nos obligará a pensar una oferta educativa mucho más personalizada y flexible, centrada en el desarrollo de habilidades y competencias específicas (creatividad e innovación, pensamiento crítico, colaboración y comunicación, entre otras) y mucho más conectada con la sociedad en la que se encuentra.
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